
Fragmentos
Aquí tenemos fragmentos interesantes de algunas obras de Rafael Maluenda
"En aquella corta callejuela del extremo urbano sólo había tres casas, anchas, de fachadas viejas y sucias, que daban una impresión de abandono. Y no obstante, en algunos días de la semana, especialmente las vísperas de fiesta, veíanse apostados al borde de la barrienta calzada, coches de lujo, faetones, victorias y hasta algún automóvil, al sonido de cuya bocina se agrupaba la chiquillería pringosa de la acera de enfrente, en donde se hacinaba un mugriento caserío de arrabal.
Los carruajes se detenían frente a la más ancha de estas casas. De ellos descendían mujeres elegantes, acompañadas de caballeros que les ofrecían el brazo; y, riendo, las parejas se internaban por el ancho portalón, dejando sobre la acera un rastro perfumado.
Los cocheros dejaban canastos y paquetes, recibían órdenes y tornaban al pescante, respetuosos y graves.
Pero cuando, al anochecer, iba la calle obscureciéndose y ya no se abría el portón, abandonaban las riendas, e invitándose unos a otros, se iban a echar copas en el mesón del Mercado Napolitano, cuyo propietario los atendía con preferencia, porque eran parroquianos rumbosos que, en la largueza para pedir y para pagar, acusaban la posición social de sus amos.
-Buone yuorne, amice; giá atamme é festa…
-De fiesta, don Jove. ¿Con qué nos va a “ferear”?
Les servía; pero ellos reclamaban la atención personal de la patrona, y el ancho jarro de vino permanecía intacto hasta que ella –una española obesa y colorada- venía a cortar las torrejas de naranja y a llenarles los vasos."
(La familia Rondanelli, fragmento)
Colección Benito Riquelme, Carpeta BR1113, imagen 00006, Centro de Documentación Patrimonial, Unviversidad de Talca.

Ubicado detrás de la tarima, Luján se mostraba imperturbable, como si el rasgueo de las guitarras, las canciones y el parloteo del conjunto se produjeran sin su intervención. Sólo al abandonar el artista su sitio, comprobaba el público absorto que se había cortado el hilo misterioso que mantenía a esos seres artificiales unidos a la voluntad del animador. Pero el ventrílocuo apuraba todavía el realismo de su ficción dejando la cabeza de la bailarina, sometida a secreto mecanismo, continuaría moviéndose con naturalidad y emitiendo frases mientras el artista saludaba al público, dándole la espalda, frente a la batería, sin que la deslumbrante elaridad de las bombillas permitiera descubrir movimiento alguno de sus labios al emitir la voz firme y clara que emergía de la figura emplazada a tres metros de distancia.
-Pone la voz donde quiere.
-Expresaban con admiración los espectadores de las primeras filas.
- Esto sí que es hablar con el estómago – comentaban los de la galería, explicando de esa suerte la modulación invisible y el milagro de aparecer emitida desde cualquier ángulo del escenario.
(Vampiro de trapo, fragmento)
Colección Benito Riquelme, Carpeta BR1113, imagen 00008, Centro de Documentación Patrimonial, Unviversidad de Talca.

"Era de color ceniciento, gruesa, de patas cortas y bruta.
Su llegada al corral del criadero fue obra de un azar afortunado; porque nacida y criada en el rincón de un huerto, junto a una acequia fangosa y maloliente, su destino habría sido el de todas las aves que la rodeaban: crecer, entregarse resignada al maridaje tiránico del viejo gallo que imperaba en el huerto, poner e incubar sus huevos, arrastrar la cría cloqueando por entre los berros de la acequia, y luego morir obscuramente para alegrar algún almuerzo dominguero.
Pero ocurrió que, deseosa de congratularse con los amos, la mujer de un inquilino la trajo de regalo al menor de los hijos del propietario del fundo, y por deseo de éste fue encerrada en el corral del criadero donde los amos habían agrupado provisoriamente un conjunto de ejemplares finos.
Así, por dictado de la suerte, la Pachacha se halló un atardecer en compañía de aquel selecto grupo de aves de calidad.
Cuando las manos de un sirviente la soltaron por sobre la cerca de alambres tendió las pesadas alas y con corto y desmañado volido fue a posarse junto a un elegante abrevadero de latón. Sobrecogida de angustia, sin atreverse a modular su cacareo vulgar, tendió el cuello orientándose mientras las demás aves lanzaban al unísono un cloqueo sonoro que a la recién llegada le hizo la impresión de una carcajada burlona."
(La Pachacha, fragmento)
Colección Benito Riquelme, Carpeta BR1113, imagen 00007, Centro de Documentación Patrimonial, Unviversidad de Talca.

"Están los dos, bajo la solana, envueltos en la cálida dulcedumbre de la noche. Charlaron un rato del día que acaba de pasar, del próximo día que vendrá; un momento se afligieron imaginando que pudiera agravarse el nieto enfermo, se alegraron de saber la preñez de la segunda hija y en un recuerdo melancólico envolvieron los nombres de los otros hijos distantes.
Después callaron.
Sobre ellos pesa con dulce pesadumbre la paz nocturna y perdidos entre aquel infinito de la tierra y aquel infinito del cielo, permanecen estáticos, bandamente acariciados por aquella serenidad que los rodea y que se funde con la serenidad de sus almas.
- Buenos están los tiempos… que no se cambien para que ellos estén siempre tranquilos… Antonio, Francisco, Juan y Tomás, me han dicho que sus terrenos darán buen rendimiento… Hay que trabajar y sufrir para descansar después… ¡Hijos, que puedan ser felices!...
Inclina el anciano la cabeza y calla.
Y mientras él hace brillar en la sombra la brasa de su cigarro de hoja, ella se siente invadida de un íntimo, sagrado, inmenso reconocimiento para aquel hombre que ha vivido a su lado, que ha sabido compartir sus tristezas y sus dolores, sus aventuras y sus melancolías.
Lo recuerda mozo, trabajando rudamente para subsistir; rememora las alegrías de los primeros ahorros íntimamente ligados con sus promesas de amor y sus proyectos de matrimonio.
Algo muy dulce le llena el corazón, pensando en aquellos días, cuando inclinado sobre su lecho de desposada le imploraba con tímidos ojos una caricia cuya concesión le costara tantos rubores; lo recuerda estremecido de angustia sobre su lecho de parturienta, confundido de no poder calmar su pena; no sabe cómo aplicárselo, pero siente que la invade una inmensa satisfacción, una gratitud desmedida para el compañero a quien vio tantas veces cansado buscando un alivio en sus brazos, para el confiado compañero que puso en su mano toda su vida, y que ha sufrido y ha sido feliz a su lado tantos, tantos y tan largos años.
Y mira al extenso camino de sus vidas y… algo la angustia, algo la oprime, algo hace que su blanca cabeza se doble un poco más sobre el hundido pecho…"
(En la suprema paz, fragmento)
